jueves, 16 de abril de 2009

JARDINERO POR VOCACIÓN: UNA EXPERIENCIA DE VIDA.


...a la memoria de la abuela Josefa y
mis queridos padres que, año tras año, desde mi infancia
supieron modelar a quien hoy,
por experiencia propia,
puede aconsejar en el arte de cultivar plantas.
.... la profesión ayudó a fundamentar y perfeccionar todos los procesos.
Cuando estoy desarrollando una jornada práctica, dedicada a cualquiera de los temas que concierne a este mundo mágico, como es el cultivar mejor las plantas, no puedo dejar de acordarme de cada uno de los momento vividos en aquella época de infante, cuando ya, con los primeros pasos, estábamos en “la quinta” y seguíamos a la abuela paterna..

Siguiendo a ella, mientras parecía que jugábamos, fui aprendiendo cada uno de los cuidados de plantas ornamentales u hortalizas.

Y así fueron pasando los años, junto a un copioso jardín de innumerables especies, el gran seibo plantado junto al pozo ciego que recolectaba las aguas servidas de la vivienda; un extenso parral de uva criolla que nos protegía del sol en verano y a cuya sombra la abuela molía grano para los pollitos o patitos BB y a las cinco de la tarde, mis padres cumplían el ritual de la cebada de mate. Los corrales o gallineros con aves de distintas especies que nos proveían de carne o huevos, las tres jaulas con sus respectivos conejos blancos que no paraban de reproducirse y que también servían de sustento... Nunca faltaba que, desde los distintos cautiverios, se proyectaran los melodiosos sonidos de canarios o cardenales.

Geográficamente estábamos ubicados a tres cuadras de la plaza central de la ciudad y en el mismo suelo y casa donde nació mi padre. Todavía era la abuela paterna, la que dedicaba todo el tiempo a criar a los “bichos” y plantas que teníamos.

En la mayoría de las viviendas de esa pequeña ciudad de inmigrantes italianos y españoles, era costumbre que los residuos llegaran, en un “tacho”, a la vereda para que el infaltable basurero, las recolectara. Claro, nosotros como todas aquellas familias en donde había gallinas y huerta, esa tradición no se cumplía. Día a día en una zanja abierta a cielo abierto, se arrojaban los desperdicios orgánicos (vegetales), para que a la tarde, mi padre las tapara con "tierra". Así la sabia Naturaleza cumplía con el proceso más importante, donde bacterias, hongos y las infaltables lombrices, descompusieran toda materia orgánica, para lograr así terminar el ciclo del carbono, liberando gas carbónico a la atmósfera, para que todas las plantas reinicien nuevamente el ciclo, disminuyendo el nivel de este gas tóxico. Las plantas, son verdaderos reguladores del ambiente donde habita el Hombre.

¡Qué tradición más irracional, en otoño, barrer y juntar las hojas en la vereda, para que el fuego las extermine, al lado del cordón!...¡Es materia orgánica!. En esos días de otoño, salía mi madre a barrerlas y llevarlas a la quinta. O hacían de “mulch” al suelo que esperaba, un cultivo de verano, o se enterraban para que al descomponerse, abonara el suelo. Y también llegarían las cenizas de la cocina “económica”, que había arrasado con todo aquel material combustible y que por supuesto, no iba a parar al basurero.

En un sector se preparaba el suelo (barbecho), mientras descansaba, esperando el próximo cultivo que vendría meses después. Otro estaba en plena producción, sea invierno o verano. Lo que en la jerga agronómica decimos, rotación de cultivos.

También todos los métodos de multiplicación de las distintas plantas, las conocimos empíricamente. ¡Qué iban a saber de acodo aéreo nuestros abuelos!..., pero artesanalmente con un tarrito tipo arvejas, abierto en el fondo, era colocado en los brotes que salían sobre el injerto de una gardenia, por ejemplo. Lleno de tierra, sabía que lo tenía que dejar por lo menos un año. Cuando lo cortaba, tenía que esperar que otro creciera lo suficiente para colocar otro recipiente. Ahora enseñamos que lo hagan en cualquier rama de la planta, haciendo pequeños cortes transversales que, por la acumulación de los hidratos de carbono (azúcares) producto de la fotosíntesis, bajan por la corteza, donde se aplica una bolsita de plástico negro, sujetándolo de otra rama. Hecho en la primavera puede vegetar hasta el otoño del año siguiente, cuando lo cortamos y lo plantamos.

Tampoco puedo dejar de recordar, alguna recomendación que mi padre hacía por la noche, para que a la mañana siguiente, cuando los empleados municipales llegaran frente a la vivienda, mi madre no los dejara podar....Ah! quizás todos crean que esa odiosa e irracional práctica de mutilar árboles de vereda, es de estos últimos años. Nada más equivocados. Y como si fuese un trabajo a destajo, cortaban tan apurados que antes de terminar el corte, la rama caía y así llevaba consigo un trozo de corteza y hasta madera adherida. Nadie le había enseñado que primero se marca la rama a cortar, por debajo y en forma circular, para luego iniciar el corte por arriba hasta terminarlo. Y de que los “percheros” van dentro de la vivienda, tampoco, pues siempre dejaban un tocón de varios centímetros que, para el ciclo vegetativo posterior, se secaba. ¡Horrible!.

Un filósofo, como Enrique Mariscal dice: “no se trata de podar sin necesidad. La sabiduría de las estaciones va imprimiendo las mejores condiciones para el equilibrio natural de la planta” (Manual de Jardinería Humana). Los mismos principios filosóficos también lo impartimos los agrónomos, toda vez que tratamos de inculcar a nuestros vecinos, que la técnica de poda existe pero hay que saber qué, dónde y cuándo realizarla.

Así fuimos enriqueciendo nuestro espíritu, le dimos otro sentido a las cosas, conviviendo con tantos elementos que nos provee la Naturaleza. “No sabremos cantar como poetas, pero somos sensibles a la belleza que ella nos da y como tales, tenemos un alma que absorbe lo bello en beneficio de sí misma y del cuerpo que la posee”. Tan cierto todo esto que la ciencia no niega en absoluto y lo sostiene cada vez con mayor vigor, la vieja máxima de Juvenal: “mens sana in corpore sano”. También escribió Ortega y Gasset: “he reducido el mundo a mi jardín, y ahora veo la inmensidad de todo lo que existe”.

Con los años vividos, la invalorable función docente y específicamente con la educación no formal, fuimos capaces de transmitir, por un lado conocimientos técnicos y por el otro las vivencias recorridas durante la infancia y adolescencia y que nadie nos quita de la retina, las habilidades manuales adquiridas, máxime cuando fueron tomadas de nuestros seres queridos, a quienes tanto le debemos.

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